El último voto de mi vida

Esta es una colaboración recibida. Aunque no compartamos en todo lo que dice el artículo, con gusto los reproducimos

El 7 de febrero me presenté temprano a la mesa de votación que se me había asignado. La misma fue abierta por los mercenarios electorales, perdón, auxiliares electorales, ya que ningún partido político había designado miembros de mesa, o bien si alguno lo había hecho, estos no se habían hecho presentes. Recordé aquellos tiempos en que los ciudadanos se sentían orgullosos de servir en una mesa electoral sin remuneración alguna y a veces sin recibir siquiera alimentación. Pero, supongo que por los continuos actos de corrupción de los políticos este amor por los comicios se ha ido apagando. Ahora es más fácil presentarse ante el Tribunal Supremo de Elecciones, solicitar un puesto de éstos y ganarse cincuenta mil colones en un día. Poco después me di cuenta que yo era el único que estaba allí por amor a mi Partido. Me pregunté si yo sería un idealista o un imbécil.

Las cosas transcurrían normalmente hasta que llegó un  payaso preguntando cuántas personas habían votado. Cuando le dieron el número, que dicho sea de paso el no tenía ningún derecho a pedir, porque no era fiscal de partido alguno, empezó a despotricar. Cómo es posible que los costarricenses desperdicien así el derecho al voto. De seguir así terminaremos en manos de los comunistas ladrones, gritaba.

Dejé que saliera de la mesa y le seguí. Le indiqué que por qué si era tan amante del sistema, por qué no había aceptado un puesto en una mesa electoral sin pedir remuneración alguna. Le hice ver que yo era uno de esos comunistas que él tanto temía y que había aceptado el puesto de fiscal sin remuneración alguna y que don Rafael Angel Calderón, don José María Figueres y don Miguel Angel Rodriguez, no eran comunistas. No me contestó nada, simplemente salió.

Posteriormente tuve que hacer una consulta al delegado del Tribunal Supremo de Elecciones. Sacó un librito, parece que preparado para retrasados mentales y me dijo que aunque fuera Fiscal General, no podía trasladarme a otra mesa porque el librito no lo decía. Le dije que consultara el Código Electoral pero no lo tenía. Me dio la impresión que no había leído ni el forro.

Al final me trasladé a otra mesa, bien problemática por cierto, pero antes de llegar a ella vi un acto que me causó náuseas. Un grupo salía de un barrio marginal, guiado por una persona uniformada con los colores del partido oficial. Los llevaba a votar a cambio de unas bolsas de comida que habían repartido en la barriada. Qué asco. Habría que averiguar de dónde salió esa comida, porque de las arcas de Laura Chinchilla no fue.

Avanzada  la noche pudimos cerrar la mesa, firmé el acta y me retiré molido.

Entonces me enteré de los resultados. En ese momento me di cuenta de que como dijo Einsten hay dos cosas que son infinitas, el Universo y la Imbecilidad. Laura Chinchilla había ganado por barrida. Parece que a la gente se le olvidó el caso de Fernando Zumbado, que botó los millones de colones que había donado el gobierno de Taiwán para construir casas para gente pobre, en asesorías para sus amigotes y que había quedado impune. El de Roberto Dobles, que obtuvo beneficios para sus empresas como Ministro y a pesar de que renunció siguió ejerciendo como tal. El caso de la gorda Clara Zomer y su almuerzo en un restaurante de lujo. Los robos en la Comisión Nacional de Emergencia, lo cual no es nada nuevo porque en todos los gobiernos la saquean. El memorando del miedo de Kevin Casas y Fernando Sánchez. El apoyo financiero descarado de los banqueros privados a la candidatura de Chinchilla a cambio de desaparecer la banca estatal. No me pude explicar cómo la gente había votado masivamente por esa clase de pillos.

Luego me enteré de la alta votación que había obtenido Otto Guevara con su estúpida campaña del viejo chingo, ofreciendo al pueblo lo que quería oír, pero sin decirle cómo se lo iba a dar. Una campaña tan vacía de ideas como de catecismo  la cabecita de la novia del candidato.

Para terminar de decepcionarme, me enteré de la alta votación que había obtenido el partido en el poder en la zona norte. Se les habría olvidado que por los chorizos con los chinos, el gobierno había pateado a los de Taiwán y estos no habían efectuado la donación que hubiera permitido construir la carretera a San Carlos.

Supe también que la votación en la zona de Sardinal a favor del partido que luchó por ellos para que no se quedaran sin agua y se le entregara a los grandes urbanistas había sido ridícula.

Luego, me acerqué a mi partido y empecé a oír comentarios sobre el mesías sindical que había sido marginado. Que si lo hubieran puesto a él de candidato en primer lugar hubiéramos obtenido no sé cuantos diputados. Que le habían robado el puesto y otras cosas por el estilo. Entonces me pregunté, por qué el mesías sindical aceptó el tercer lugar por San José y de inmediato se retiró de la campaña política?. Si éramos un partido corrupto por qué no se retiró de él o si no lo éramos por qué no aceptó la opinión de la mayoría y luchó como todos lo hicimos.

Volví a mi casa en horas de la madrugada. Como no podía dormirme traté de ordenar las ideas. Me di cuenta de lo ridículo que había sido, me había quebrado el lomo todo el día. Para qué?. Al final que me importa a mi Sardinal si yo no vivo allí. Tal vez sus habitantes se den cuenta de que los engañaron  con falsas promesas, cuando no tengan agua ni para lavarse el culo. Para qué me maté? Para legitimar un sistema de mierda, que varias veces ha violado mis derechos fundamentales y que permite que mi patrono me robe mi oportunidad de tener una vejez digna porque evade las cuotas de la Caja Costarricense del Seguro Social,  comprando el silencio de los inspectores, que entregó el ICE y el INS a inversionistas extranjeros quien sabe a cambio de que.

Cuando me desperté tenía las ideas más claras.  Seguiré con mi partido, pero no volveré a trabajar en una mesa electoral. Dejaré que al país se lo termine de llevar puta. Que sigan privatizando, como decía Saramago hasta la puta que los parió a todos. Ese fue el criterio de la mayoría y debo respetarlo.

Pero si puedo estar seguro de una cosa, el 7 de febrero de 2010, emití el último voto de mi vida.