HONDURAS, EL RETORNO DE LOS GORILAS

Durante las décadas de los setenta y de los ochenta, fue práctica común en América Latina, el gobierno de la oligarquía amparada por las fuerzas militares. En realidad, en el continente americano, los ejércitos, además de empobrecer más a los pobres habitantes de las naciones situadas al sur del Río Bravo, con sus gastos excesivos en armamento, no tuvieron otro fin que proteger los intereses de la oligarquía y de las transnacionales.

Además, de vez en cuando, cuando los gobiernos eran demasiado impopulares se enfrentaban entre ellos (guerra El Salvador- Honduras) o bien montaban guerras suicidas como la de las Malvinas. Los disidentes no tenían otro camino que empuñar las armas y enfrentar al ejército en una lucha totalmente desigual y casi siempre condenada al fracaso.

En muchas ocasiones los dementes militares gobernaban directamente los países como fue el caso de la Argentina de Videla o como Efraín Ríos en Guatemala, quien mientras cantaba himnos sobre el amor de Cristo, masacraba a la población indígena guatemalteca.

Sin embargo, los tiempos fueron cambiando. La caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la división de los partidos comunistas en el continente y la inserción de algunos de sus dirigentes en los partidos tradicionales, para poder disfrutar el botín del poder, dieron al traste con los partidos populares, que casi desaparecieron de la escena política.

En América del Norte se gestó la escuela de los Chicago Boys, quienes con su política de no intervencionismo estatal y libre mercado, ofrecían a las pauperizadas mayorías latinoamericanas el cielo en la tierra, con su famosa teoría del derrame. También en el campo político se cantaban loas a la democracia como el mejor régimen de gobierno inventado por el hombre. Eso si, la democracia inventada por la burguesía, en la cual el grupo de poder económico se dividía en partidos  que al final pensaban lo mismo, y ponía al pueblo a escoger entre el grupo que quería que lo saqueara durante el siguiente periodo presidencial.

Costa Rica no fue la excepción. Los partidos de izquierda se dividieron, el número de representantes parlamentarios disminuyó hasta quedar en cero, mientras los dos partidos tradicionales Liberación Nacional y Unidad Social Cristiana se repartían el botín del poder. Este serpiente de dos cabezas llegó incluso a mantener a los mismos funcionarios en el poder. Para nadie es un secreto que el Grupo Sama, ha manejado el Banco Central  y por consiguiente la economía costarricense,durante más de veinte años.

Sin embargo, el neoliberalismo pronto quedó al desnudo. La teoría del derrame nunca se llevó a la práctica y lo único que se derramó sobre el pueblo fue más desgracia y más miseria. el pueblo comenzó a reaccionar y usó el régimen democrático, para hacer llegar al poder a verdaderos representantes del pueblo, sacando de la presidencia a las sanguijuelas que habían gobernado durante los últimos años. Este fue el caso para citar algunos de Ecuador, Venezuela, Brasil y Perú. Al final, para cerrar la debacle capitalista, la caída de los ladrones de Wall Street, Vaticano de la Iglesia Neoliberal, vino de demostrar quienes eran los perfectos idiotas latinoamericanos.

Entonces la oligarquía, aquel grupo de cantores de loas a la democracia, ya no la consideró tan buena como régimen. Dio un golpe de estado en Venezuela, ha tratado por todo los medios de desestabilizar el gobierno legítimo de Evo Morales, y ahora ha llegado al colmo de la desfachatez en Honduras.A esto hay que agregar el fraude descarado de que fue víctima López Obrador en México.

El caso de Honduras es especial. Su presidente Manuel Zelaya, fue electo por uno de los partidos tradicionales. Su imagen era la tìpica de un burgués latinoamericano. Sin embargo, ya en el poder Zelaya tuvo la experiencia de Saulo de Tarso en el camino hacia Damasco. Trató de sacar a la mayoría de su pueblo de la pobreza, lo que constituía una afrenta imperdonable para la burguesía de su país. Entonces estos se quitaron la máscara. Sacaron de sus cuarteles a los gorilas, secuestraron al presidente electo y lo mandaron en piyama hacia Costa Rica y el mismo día eligieron a un monigote fracasado como presidente del país.

Aunque la lucha por restaurar en su puesto a Manuel Zelaya no ha concluido no le vemos mucho futuro. La condena de los gobiernos latinoamericanos al gobierno de facto ha sido unánime, pero en muchos casos sabemos que es solo de los dientes para afuera. En el fondo ellos saben que sus bastardos intereses podrían estar en peligro si otro gobierno popular triunfa en América Latina.

Ya la represión en Honduras ha comenzado, dirigentes opositores a los gorilas han sido encarcelados, sus actuaciones no se diferencias mucho a las del maldito Pinochet en 1972, aunque ahora lo hacen con guantes de seda, ya que no hay un Nixon que apoye sus actos de barbarie.

En consecuencia los gorilas han vuelto. Como en los tiempos de Jacobo Arbenz en Guatemala han vuelto a cumplir con su deber de salvaguardar los intereses de la burguesía. La máscara de la democracia burguesa ha caído en Honduras.